Vivir en el Distrito Federal puede ser todo un rollo. Tráfico, contaminación, manifestaciones, inseguridad y ríos de gente a donde quiera que vayas. Sin embargo, nada de eso se compara a las complicaciones que implica decidir si los oriundos del D.F. son chilangos o no.
Por un lado, chilango puede ser el mote peyorativo que las personas originarias del interior de la República dan a los nativos de la Ciudad de México -quienes en respuesta, llaman provincianos a todos los que no nacieron en la Ciudad de los Palacios. Por el otro lado, chilango puede ser aquel que nació en algún estado y se fue a vivir a la capital del país. A esta última definición, los nacidos en el hacinado D.F. siempre la acompañan con una queja que va más o menos así: «chilangos son los de fuera… tanto que nos odian en la provincia, pero todos se quieren venir a vivir aquí«.
